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1 sept 2013

Vuelta al cole


M

e exasperaban, me ponían nervioso y hasta me irritaban, cuando era pequeño, esos anuncios publicitarios de los grandes almacenes que muestran las caras de unos niños felices por volver al cole. Henchidos de emoción y de una sobredosis de helados y otros excesos de un verano caluroso, parecen no poder contener la alegría de estar nuevamente entre pupitres, pizarras y compañeros de recreo. Sus padres, recuperados ya de la inexorable depresión después de pagar una fortuna en libros y material escolar por el regreso a la cultura de sus hijos, tampoco pueden ocultar la sonrisa que tímidamente asoma por la comisura de sus bocas, delatadora de la gran paz interior —y hasta exterior— que les va a suponer no tenerlos dando zancadas por la casa desde el alba hasta el ocaso. No sé si entre chiringuitos, garimbas y bocadillos con arena les ha dado tiempo de leer los datos publicados en la prensa con los resultados académicos de los niños canarios. Al parecer ocupamos los últimos puestos a la cola de las provincias españolas en todas las etapas educativas, desde la primaria  hasta la universidad. Me tranquiliza la explicación del viceconsejero de Educación, cuyo argumento es que estos datos son de hace tres años. ¿Recordará él lo que es una generación y un proceso de aprendizaje? Después del rebumbio de gente que se ha movido en su consejería debe haberle dedicado más tiempo a repasar las Matemáticas: sumar direcciones generales, multiplicar gastos de personal, dividir presupuestos y restar recursos no es una tarea fácil.

Me pregunto por dónde irá nadando ese Proyecto Medusa —más parecido a una aguaviva coja— que no termina de convertirnos en tecnológicamente competentes. A lo mejor es que el dinero se ha ido en habilitar a los maestros en Alemán y Francés. Al fin y al cabo, nuestra empresa del turismo necesita profesionales jóvenes, aunque sobradamente preparados que acomoden a los visitantes debidamente para que vean bien el asfalto desde sus hoteles. O quizás se ha destinado a las listas abiertas de profesores de Música, ahora que tenemos ese fastuoso auditorio donde terminarán tocando las orquestas gomeras (con perdón de mi suegra).

Recuerdo cómo, estando en un cargo directivo, tuve que llamar en cierta ocasión a un colegio vecino a ver si nos prestaban unas sillas y una pizarra. Esperando por las autoridades educativas, se nos acercaba el inicio de curso y nosotros pensando ya en pintar la pared de negro y asaltar el cien del barrio para poder tener asientos donde estudiar. El problema es que a las aulas prefabricadas no les iba bien ese color.

 De todas formas, me siento enormemente dichoso. Mi hijo comienza este año por primera vez su aventura estudiantil. Ahora espero ilusionado al día del Padre para que me traiga uno de esos regalos tan lindos hechos con las cosas de comer. ¡Viva el cole!.
 
(publicado en el periódico "La Opinión" el 5/09/2003)
 
NOTA: Parece mentira que, después de diez años de haber escrito este artículo, no haya cambiado demasiado la situación de la enseñanza en nuestro país y, en especial, en nuestras islas. De hecho, en un artículo publicado en la prensa de ayer, se nos informaba de que España ocupa el  puesto 30 entre los 34 países de la OCDE. Me imagino el puesto que ocuparemos los canarios en esa lista: probablemente, a la cola de lo bueno y a la cabeza de lo malo...)

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